domingo, 12 de mayo de 2013

LOS QUINTOS DE CASILLAS Y UNA ILUSION FRUSTRADA



A todos mis quintos de la quinta el 76 con los que no pude estar en aquellos dias.

En la niñez se forjan a veces ilusiones que mas tarde, las circunstancias y aconteceres de la vida se encargan de frustrar.
Yo, con mis ojos y mi corazón de niño, contemplaba con admiración aquel grupo de mozos que, en los últimos días de diciembre, salían juntos cantando canciones de quintos a la estela musical del acordeón, y hacían el recorrido por los bares del pueblo, ataviados con sus bufandas, lanzando cohetes, acarreando la leña para la hoguera o saliendo al campo a tratar la compra del macho; todo bajo la inocente mirada idílica y admirativa de los mas pequeños. Y aquella admiración, mezclada con la sublime emoción del acontecimiento,  llegaba a su máxima expresión interior en la tarde del día 31 de diciembre, cuando los quintos salían con sus flamantes trajes, estrenados para la ocasión, sus pañuelos rojos al cuello, bordados por la novias, hermanas o amigas y sus garrotas nuevas que, mas tarde, habrían de romper en la hoguera como una muestra inequívoca de confirmada virilidad. A continuación se producía la salida emocionante del macho cabrio, traído por los quintos, en la mañana, de la finca,  bellamente engalanado con sus cintas, globos, albardón, espejo, collar de naranjas, etc , todo esto, realizado previamente en un cercano corral, también por las novias, hermanas o amigas de los quintos. Llegaba el macho a la plaza bajo la algarabía y expectación popular, y, desde allí, los quintos lo soltaban por las calles del pueblo, y el elegante macho, “desprendiéndose” poco a poco de sus galanuras, corría   buscando la salida hacia su origen. Al final, era costumbre emborracharlo con vino y terminar sacrificándolo, destinando la carne para la cena de los quintos y comida del día siguiente. Comenzaba después la noche vieja  con el encendido de la gran hoguera en la plaza mayor y el baile en el salón de tío Félix, para el que los quintos avisaban personalmente a todo el pueblo de casa en casa.
Todo esto lo contemplaba yo con admiración infantil y esperaba con ilusión el día en que la edad me permitiese ser yo también el protagonista de aquel emocionante acontecimiento. Pero que terrible desilusión, no me fue posible acompañar a mis queridos quintos en aquellos días tan esperados. Después comprendí, que las circunstancias económicas de mi familia no permitían en aquellos momentos desembolsar un dinero para que yo pudiese correr la juerga de quintos. Sin embargo, he de confesar que nadie mas que yo supo y sabe, la tristeza y la angustia que sentí cuando escuche a mis quintos desde mi habitación entrar en mi casa avisando para el baile.
Cruz Diaz Marcos.

miércoles, 8 de mayo de 2013

LA NIÑA Y EL PAJARILLO



El pájarillo estaba allí, en el alfeizar, como los días anteriores, y la niña del pelo rubio lo miraba a través del cristal, quedandose extasiada en la contemplación un buen rato antes de abrir la ventana; al hacerlo, el pajarillo voló alegre hasta posarse en su mano, donde la niña del pelo rubio tenia guardadas unas migas de pan. Abrió la mano y el pájarito empezó a picotear la migas y la niña del pelo rubio espero sonriente a que, su amigo, el pajarillo acabase de comerse las migas de pan. Cuando terminó, la niña del pelo rubio lo acercó a su cara y el pajarito bebió de sus labios el agua que previamente, la niña le había guardado para el en su boca. El pajarillo, después de saciar su sed, cantó una canción muy bella, llenando la sala de sonoros trinos, luego voló, de nuevo, hacia el campo.  Era lo mismo todas las mañanas, y la niña era feliz con, su amigo, el pajarillo del campo.
Aquella mañana soleada de principios de mayo, como siempre, el pájaro estaba posado en el alfeizar, pero esta vez estaba triste, y tenia en el pecho una manchita roja, la niña abrió la ventana y el pobre animal apenas tuvo fuerzas para volar a la mano de la niña, no quiso las migas de pan que la niña, como otras mañanas, le ofrecia con su mano abierta. De pronto, la niña del pelo rubio vio que tenia la mano manchada de sangre y comprobó que aquella sangre salia del pecho de su amigo el pajarillo. Entonces la niña se puso muy triste. El pobre pájarillo, con un gran esfuerzo, intentó cantar aquella canción tan bella, pero apenas le salieron los primeros trinos. Su cuerpecito alado se quedó inerte sobre la mano abierta de la niña del pelo rubio.
Pasaron los años y, aquella mañana una bella mujer de pelo rubio, dejaba con cariño y cuidado un lirio azul sobre una crucecita de piedra en el pequeño jardín de la casa mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla hasta besar el rosa sus labios.