A todos mis
quintos de la quinta el 76 con los que no pude estar en aquellos dias.
En la niñez se forjan a veces
ilusiones que mas tarde, las circunstancias y aconteceres de la vida se
encargan de frustrar.
Yo, con mis ojos y mi corazón de
niño, contemplaba con admiración aquel grupo de mozos que, en los últimos días
de diciembre, salían juntos cantando canciones de quintos a la estela musical
del acordeón, y hacían el recorrido por los bares del pueblo, ataviados con sus
bufandas, lanzando cohetes, acarreando la leña para la hoguera o saliendo al
campo a tratar la compra del macho; todo bajo la inocente mirada idílica y
admirativa de los mas pequeños. Y aquella admiración, mezclada con la sublime emoción
del acontecimiento, llegaba a su máxima expresión
interior en la tarde del día 31 de diciembre, cuando los quintos salían con sus
flamantes trajes, estrenados para la ocasión, sus pañuelos rojos al cuello,
bordados por la novias, hermanas o amigas y sus garrotas nuevas que, mas tarde,
habrían de romper en la hoguera como una muestra inequívoca de confirmada
virilidad. A continuación se producía la salida emocionante del macho cabrio, traído
por los quintos, en la mañana, de la finca, bellamente engalanado con sus cintas, globos,
albardón, espejo, collar de naranjas, etc , todo esto, realizado previamente en
un cercano corral, también por las novias, hermanas o amigas de los quintos. Llegaba
el macho a la plaza bajo la algarabía y expectación popular, y, desde allí, los
quintos lo soltaban por las calles del pueblo, y el elegante macho, “desprendiéndose”
poco a poco de sus galanuras, corría buscando
la salida hacia su origen. Al final, era costumbre emborracharlo con vino y
terminar sacrificándolo, destinando la carne para la cena de los quintos y
comida del día siguiente. Comenzaba después la noche vieja con el encendido de la gran hoguera en la
plaza mayor y el baile en el salón de tío Félix, para el que los quintos avisaban
personalmente a todo el pueblo de casa en casa.
Todo esto lo contemplaba yo con admiración
infantil y esperaba con ilusión el día en que la edad me permitiese ser yo también
el protagonista de aquel emocionante acontecimiento. Pero que terrible desilusión,
no me fue posible acompañar a mis queridos quintos en aquellos días tan
esperados. Después comprendí, que las circunstancias económicas de mi familia
no permitían en aquellos momentos desembolsar un dinero para que yo pudiese
correr la juerga de quintos. Sin embargo, he de confesar que nadie mas que yo
supo y sabe, la tristeza y la angustia que sentí cuando escuche a mis quintos desde
mi habitación entrar en mi casa avisando para el baile.
Cruz Diaz Marcos.