Una vez mas os comparto mi reflexión en el articulo de mi querido amigo Paco Martín de Extremadura al día:
Bajo la piel del alma aun palpita mi inocencia de niño. A pesar de las piedras que invaden la libertad del camino o las motas de polvo que cantaminan la mirada o esos paisajes rotos por el desengaño, a pesar de todo, aun me quedan espacios infantiles donde refugiarme para huir de la realidad.
El hombre decide los calendarios, las fechas, los años y les pone nombres a los meses y a los días, sin pensar que el tiempo es solo uno, único e irremediable: la vida de cada uno de nosotros.
Cuando era niño, no sentía yo esa sensación melancólica, y a veces triste, del paso del tiempo. Las fechas, los días, la hierba del campo, el agua solida y helada de los arroyos, eran una fiesta en los espacios cándidos de mi niñez. El tiempo no existía, solo las cosas hermosas de la vida formaban la suprema realidad de mi alegría infantil. Por eso hoy, a pesar de los años, mi espíritu de conservación, o quizá mi constante negativa a admitir la dureza de una realidad que no comparto,sigan generando en mi interior esos deseos de continuar siendo niño, para volver, de nuevo, a ser niño, a sentirme niño, como en aquellos años infantiles de calzonas, praderas y arroyos, donde el tiempo era el juego gozoso de la vida y no la certeza de lo que termina.
Ahora pienso que solo desde una actitud infantil, desde una infancia total y universal, podremos intentar cambiar el mundo. Seamos niños. Juguemos a la paz y no a la guerra. Juguemos al amor y no al odio. Juguemos a la generosidad y no al egoísmo, por que solo mientras sigamos sintiendo bajo la piel del alma el temblor candoroso de la infancia, seguiremos siendo felices; y es necesario que seamos felices para poder hacer felices a los demás; por que cuando todos, sin excepción, seamos felices, sera porque, al fin, hemos conseguido cambiar el mundo.
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