Agradecer es valorar, reconocer, apreciar lo que se recibe o a la persona que nos brindó algo. Y fundamentalmente agradecer es retribuir, es dar.
Aprendemos a agradecer de chiquito. Como en un juego. Mi padre, cuando recibíamos algo nos preguntaba ¿A ver cómo decis gracias?
Durante un tiempo, los mayores ayudan a que uno lo recuerde ¿Qué se dice? Dale las gracias a la señora. Y uno lo incorpora, lo hace suyo, algunos más y otros menos. Pero en muchas ocasiones se transforma en algo automático, en una frase cortés, en un recurso conversacional sin sentimientos.
La vertiginosidad de la vida de hoy hace que olvidemos las gracias. Todavía me da alegría ver a la señora que toma la bolsa que le entrega un empleado en la tienda donde ha comprado y dice gracias. O al empleado que recibe el dinero y dice gracias al entregar la vuelta. Pero a veces lo busco por la calle, en el cajero automático cuando al salir, dejo la puerta abierta para que pase quien esperaba. Y, cada vez más, pocas veces lo encuentro. Ya no se escucha gracias cuando nos abren una puerta si venimos cargados, o alcanzamos un papel a alguien a quien se le ha caído. Y se siente frío al perder el gracias, se tornan grises los contactos humanos, cansino el transitar la calle
Deberíamos proponernos desde hoy la reivindicación del gracias. Y desafiarnos a que todos descubran la poderosa fuerza de la gratitud, ya que primero sorprende, y luego, ablanda ¿Cómo podemos lograrlo? Agradeciendo.
No hay palabras tan curativas como las palabras de gratitud, dice una célebre frase de cuyo autor el tiempo se llevó el nombre.
Pensemos un minuto. Además de a uno mismo, (¿nos damos las gracias por lo que hacemos por nosotros mismos?) ¿A quién agradeceríamos por saber leer? ¿Por trabajar? ¿Por valorar los afectos y demostrar el cariño? ¿Por saber apreciar una pintura? ¿Por que nos gusta la música? ¿Por saber cocinar? ¿Por emocionarnos? ¿Porque nos hacen reír? ¿Por el afecto genuino, indeclinable, fiel y reconfortante de un amigo?
¿Qué tal si hacemos una llamadita, mandamos un e-mail o simplemente aprovechamos el próximo encuentro para decir gracias? ¿Cómo se sentiría el maestro de primaria si le contáramos que fue el el que nos ayudó a descubrir el amor por la geografía? ¿Qué diría mamá si le agradeciéramos que nos obligara a concurrir a las clases de inglés cuando éramos chicos?
¿Qué pasaría si hoy decidiéramos agradecer lo que en realidad creemos que corresponde? Agradecer, cada día, el servicio de quien atiende en el bar o en la tienda, demostrar la gratitud cuando alguien manifiesta su interés, agradecer que nos den el paso, que nos permitan cruzar como peatón en una esquina, el aviso cordial del señor en la cola del banco, o a aquel que nos dice que hemos olvidado las luces encendidas en el coche. A veces ni hace falta decir gracias, lo mismo se expresa con un tono amable, una sonrisa, un reconocimiento, una mirada...
El mundo sería, sin duda, un lugar mucho más amable para vivir, si todos fuéramos capaces de agradecer. ¿Qué es lo peor que nos puede pasar? Recibir la mirada incrédula, a veces airada, de aquellos que no han podido aprender a disfrutar de la amabilidad y a reconocer el gracias como una caricia socioafectiva.
Aprendemos a agradecer de chiquito. Como en un juego. Mi padre, cuando recibíamos algo nos preguntaba ¿A ver cómo decis gracias?
Durante un tiempo, los mayores ayudan a que uno lo recuerde ¿Qué se dice? Dale las gracias a la señora. Y uno lo incorpora, lo hace suyo, algunos más y otros menos. Pero en muchas ocasiones se transforma en algo automático, en una frase cortés, en un recurso conversacional sin sentimientos.
La vertiginosidad de la vida de hoy hace que olvidemos las gracias. Todavía me da alegría ver a la señora que toma la bolsa que le entrega un empleado en la tienda donde ha comprado y dice gracias. O al empleado que recibe el dinero y dice gracias al entregar la vuelta. Pero a veces lo busco por la calle, en el cajero automático cuando al salir, dejo la puerta abierta para que pase quien esperaba. Y, cada vez más, pocas veces lo encuentro. Ya no se escucha gracias cuando nos abren una puerta si venimos cargados, o alcanzamos un papel a alguien a quien se le ha caído. Y se siente frío al perder el gracias, se tornan grises los contactos humanos, cansino el transitar la calle
Deberíamos proponernos desde hoy la reivindicación del gracias. Y desafiarnos a que todos descubran la poderosa fuerza de la gratitud, ya que primero sorprende, y luego, ablanda ¿Cómo podemos lograrlo? Agradeciendo.
No hay palabras tan curativas como las palabras de gratitud, dice una célebre frase de cuyo autor el tiempo se llevó el nombre.
Pensemos un minuto. Además de a uno mismo, (¿nos damos las gracias por lo que hacemos por nosotros mismos?) ¿A quién agradeceríamos por saber leer? ¿Por trabajar? ¿Por valorar los afectos y demostrar el cariño? ¿Por saber apreciar una pintura? ¿Por que nos gusta la música? ¿Por saber cocinar? ¿Por emocionarnos? ¿Porque nos hacen reír? ¿Por el afecto genuino, indeclinable, fiel y reconfortante de un amigo?
¿Qué tal si hacemos una llamadita, mandamos un e-mail o simplemente aprovechamos el próximo encuentro para decir gracias? ¿Cómo se sentiría el maestro de primaria si le contáramos que fue el el que nos ayudó a descubrir el amor por la geografía? ¿Qué diría mamá si le agradeciéramos que nos obligara a concurrir a las clases de inglés cuando éramos chicos?
¿Qué pasaría si hoy decidiéramos agradecer lo que en realidad creemos que corresponde? Agradecer, cada día, el servicio de quien atiende en el bar o en la tienda, demostrar la gratitud cuando alguien manifiesta su interés, agradecer que nos den el paso, que nos permitan cruzar como peatón en una esquina, el aviso cordial del señor en la cola del banco, o a aquel que nos dice que hemos olvidado las luces encendidas en el coche. A veces ni hace falta decir gracias, lo mismo se expresa con un tono amable, una sonrisa, un reconocimiento, una mirada...
El mundo sería, sin duda, un lugar mucho más amable para vivir, si todos fuéramos capaces de agradecer. ¿Qué es lo peor que nos puede pasar? Recibir la mirada incrédula, a veces airada, de aquellos que no han podido aprender a disfrutar de la amabilidad y a reconocer el gracias como una caricia socioafectiva.
1 comentario:
Muy hermoso texto mi querido amigo.
Uno puede devolver un préstamo de oro, pero está en deuda de por vida con aquellos que son amables
Un beisto y feliz semana Rosa
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